Mis ojos se humedecen, el destino ha jugado sus cartas y de
nuevo nos encontramos frente a frente.
Mi intención es responder a su pregunta - ¿Cómo me has
localizado? . Algo totalmente imposible cuando siento mis ojos humedecerse, las
palabras, agolpadas en mi garganta, no se atreven a pronunciarse. Una leve
sonrisa es lo único que mi cuerpo es capaz de articular.
Casi de forma automática, mis pasos se dirigen con celeridad
a mi pequeño ático, dejando la pregunta
sin contestar. El recorrido se hace
interminable, todos mis sentidos se dedican a situar su presencia, en este
momento, solo tengo en consideración, mi necesidad de alejarme de él.
El ascensor no acude a mi llamada, mil pensamientos me
aturden. Su cercanía ha despertado sentimientos
enterrados en mí, la puerta de la entrada se abre al mismo instante que el
ascensor. Al entrar, mi corazón y mi respiración están agitadas, no quiero ni
puedo compartir con él, el mismo espacio.
Mi ático está muy silencioso, tras entrar cierro la puerta,
al fin puedo respirar sin tensión.
Por el pasillo voy despojándome de la ropa que durante todo
el día me ha acompañado, sin dejar de pensar en lo ocurrido me dirijo a la
ducha, el agua desnuda mis deseos con delicadeza, arrastrando con ella el
temblor que me provoca su presencia.
E
l tacto del camisón sobre mi piel me relaja, un poco
de música tumbada sobre la cama me deja
en brazos de Morfeo.
Las tres de la mañana, el sonido de los nudillos replicando
mi puerta me sobresalta, no conozco a nadie en esta zona, o más bien a casi
nadie. Descalza, observo al mirar por la mirilla su sonrisa, mis temores y
deseos se confirman. Dudo si abrir o no la puerta, no he encendido luces en mi
recorrido, no tiene manera de saber que lo estoy viendo.
-El olor de tu piel te delata, ábreme- Palabras firmes y concisas, su poder sobre mi
es indiscutible, casi automáticamente
obedezco sus órdenes.
Vivo la escena como si de una película se tratara, mi mano
abriendo la puerta ante el hombre que deseo, solo cubierta por un simple camisón,
sintiendo el helor del suelo en mis pies descalzos.
Su mano, esa mano
grande y de tacto suave, es la encargada de acabar de abrir la puerta, me mira,
permanezco firme intentando parecer fría ante él.
No pronuncia palabra alguna, sus pasos se acercan a mí,
rodea mi cuerpo con su brazo apoderándose de mí, sin mi permiso, soy suya y lo
sabe.
Su pasión es frenética, su lengua en mi boca apaga mi más mínima intención de replicar, sus manos
insaciables desabrochan el cinturón de
la única prenda que me cubre, mis
pechos siempre le encantaron y se dedica a disfrutar de ambos. La pared tan fría
e inerte, sostiene mi cuerpo que poco a poco se desborda.
Siento sus labios recorriendo mi cuello, mordiscos de sus dientes
intentan contener el gran suspiro, que su cuerpo produce al entrar en el mío.
Me posee sin piedad dejando huellas en mi piel.
Las palabras sobran, el frió del ambiente sucumbe ante el
calor de nuestros cuerpos, gemidos
incontrolados dirigen nuestros movimientos
El pequeño espejo de la entrada refleja ante mis ojos, la pasión desenfrenada de su cuerpo, me devora
una y otra vez estremeciéndome bajo su poder.
El tiempo transcurre dejando mi cuerpo extasiado de placer. Entre
sus brazos, recorremos el largo pasillo, me deposita sobre la cama dejando un
beso sobre mi mejilla.
Al salir del ático sus palabras me alientan – descansa, por
hoy, el insomnio que me produces, me dará una tregua -. Mis ojos se cierran ¿es un sueño o una realidad?
Si quieres leer la primera parte de este relato, pincha aquí: Un sueño hecho realidad (primera parte)
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