martes, 10 de febrero de 2015

Momentos de sinceridad

Hace tiempo soñé, que los sueños no se hacen realidad, pase muchos años sumida en una cruda realidad. Ahora lo llamamos adolescencia, la verdad, yo nunca tuve tiempo de pararme a pensar. El trabajo era duro y diario y aun así, sabia ver en las personas, la belleza con la que me solía tropezar.

Cada año era diferente, quizás comencé muy pronto a trabajar, a dejar las muñecas de trapo que yo me solía fabricar, por herramientas de trabajo que me tenían que explicar, he reído mucho, he pasado frió, he llorado de tristeza y alegría al conseguir superar los retos que la vida me hacía pasar.

He tenido la suerte de conocer a tres bisabuelas, a tener cerca  cuatro abuelos, que en su momento no supe aprovechar. Unos padres jóvenes que sin cumplir cuarenta años, veían como  sus hijas  se querían  casar.

No lo neguemos, ellos siempre tienen ese don especial, de ver con una simple mirada, si la persona que se los lleva, los van a saber valorar.

Ahora son niños, antes era una forma que la vida te ofrecía para cambiar.

 Miro las fotos, que en aquellos años conseguí capturar, tener la suerte de tener cinco hermanos con los que poderme pelearme. Correr, gritar, reír, llorar, algún chichón de más, que uno de ellos sabia como hacerme aflorar.

He crecido viendo a dos niños, jugando a ser papas, haciendo lo mejor que creían en cada momento y lugar. Dos niños que nos supieron inculcar, que la felicidad no tiene nada que ver, ni con el dinero ni con el bienestar.

Mi hermana mayor, una segunda madre forzada a madurar, éramos muchos y había que trabajar, menudo día cuando no me quiso devolver, el guantazo que yo me atreví a dar, sabia la puñetera que así me dolía más, hoy lo recuerdo y cada vez me arrepiento  más.

El segundo, pero no hay quien le quite su lugar, sereno, parece frió, en su alma la lucha continua, la gracia que desprendía siempre con su verdad, el que más pedradas ha conseguido, que consiguieran su final.

El nervio del que me sigue, con esa cara angelical, con la astucia de un chacal, ahora lo admiro, un gran padre, hermano, marido, hijo, es algo que no puede evitar.

Mi gemelo uff cuanto me hacía falta en este mundo con sus rizos rubio, parecían olas de mar. Su sonrisa lo delataba, aunque parecía un juez del más alto tribunal.

Mi pequeña ¿quién la iba a esperar?  Capricho de la casa, tierna, llorona, caprichosa, algunas veces nos hacía dudar si quererla o simplemente echarnos a llorar.

No se aprecia en ese momento lo  que se  tiene en realidad, una familia unida a la que costaba mucho poder alimentar.

Ahora recuerdo esos momentos, quizás ser madre, hace que los aprecie más.

Tengo clara una cosa, no puedo ni quiero vivir, sin ese cachito que cada uno me regala aún a mi edad.

Una vez soñé, que la familia resistiría el martirio que esta nos da, ahora sé que no es verdad, se van 
seres queridos sin anunciar el vacío que dejara su lugar, ni el tiempo, ni el momento, ni las discusiones, ni el sufrimiento, ni los secretos que cada alma oculta en lo más recóndito de su humanidad, nada de eso puede evitar, que me sienta tan orgullosa de mis hermanos, que las palabras solo saben brotar.
He soñado que mi madre se merece, ver mi sueño echo realidad, mis letras impresas en un libro, que sé que ella guardara. 

Os quiero mucho, pandilla, soy demasiado guasona para que parezca que lo digo en realidad.

Quiero soñar, que ni el tiempo, ni los postizos, ni la cruda realidad, cambien que queramos ser una familia `para toda la eternidad.


Enmanuell L