Cuando nos cruzamos por la calle con las personas, tenemos
dos opciones, bajar la vista o mirarlas
a los ojos.
Cuando escogemos la segunda opción, podemos hacernos una idea
de sus emociones. Os relato la situación de la que he sido testigo.
Las vi entrar por la puerta, los nervios se intuían en sus
miradas, la madre, con sonrisa y bromas, intentaba hacer sonreír a la niña. Comenzaron
a relatar su peregrinaje.
La convicción las había llevado a dar el paso, debían poner
fin a tal acoso, decidiendo pedir ayuda.
Tras esperar 5 minutos a su llegada, la puerta del sargento
se abre, ataviado con su uniforme, las recibió. Su mirada helada tras saber el
motivo de la consulta, petrificó a la niña. Escucha durante un corto periodo de
tiempo la incertidumbre que ambas sufren.
El silencio es sepulcral, la perplejidad de ambas al escuchar la opinión de tal
‘persona’, las hiere ante la poca ayuda que estaban recibiendo.
Desoladas, ambas mujeres, recogen sus lágrimas en pañuelos,
la impotencia las supera, quién debía darle ayuda, acaba de abandonarlas a su
suerte haciéndolas culpables.
Toman una infusión, relajarse
las hace recapacitar, su última oportunidad de ayuda se encuentra en el centro
de la mujer.
El pasillo es de un gris frío, el temor es palpable, al
cruzar una gran puerta de cristal, el sol vuelve a brillar.
La chica que las recibe, es rubia, de melena larga, una tez
cálida se les hace familiar al notar su dolor. Sin más dilatación, la deriva a
quién mejor las puede ayudar.
El despacho en el que entran es amplio, de paredes sombrías,
ni un ápice de color en ellas. La madre se desmorona, las lágrimas recorren sus
mejillas explicando los hechos. La niña afligida, intenta consolar a su madre,
un momento de imprudencia, las somete a ambas a una gran prueba.
Tras contarle el altercado con el sargento, los ojos de la
persona que las atiende, se inundan de
un brillo desconsolador.
No consigue articular palabra, teclea una serie de números
indefinidos. Al otro lado del teléfono, la persona detecta el acoso al que la menor está siendo
sometida, le tiende la mano,
tranquilizándolas y citándolas al siguiente día.
La menor acude durante algunas horas a su centro de
estudios, su madre la recoge en la puerta a la hora adecuada. La música al más
alto volumen, les hace el camino muy breve.
El edificio es frío, desconsolador, tenue, con poca luz. Las
dos suben uno a uno los peldaños que las separan de su ansiada ayuda. Al entrar
escuchan a dos ancianas intentando cubrir sus horas vacías. La agradable
sonrisa de la recepcionista, las tranquiliza. Veinte minutos después, las
llaman a un apartado habitáculo. La niña, relata todo lo sucedido, dos meses de
intenso acoso a la que ha sido sometida. Las lágrimas dejan paso a las
sonrisas. Por fin alguien que siente empatía. La abogada se involucra con la más
tibia de sus facetas, informándoles de los daños que puede sufrir la niña si no
se pone freno. Tras escucharla y marcar el número de un suboficial, la niña y
su madre, son remitidas al poder judicial.
El mar las acoge. La sintonía de la emisora difunde ‘Bandera
al viento- Juan Magan’.
El edifico es antiguo, desmerecido y poco habilitado para la
cantidad de grandes personas habitan en él.
Dos minutos, es el
tiempo que el oficial les da. La puerta
se abre las dos mujeres desaparecen tras ella.
Enmanuell L 2 de Febrero de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario