Viernes trece, nueve de la
mañana, años después, el motor de mi coche se para.
Miro al frente, la claridad del
mar es espectacular, abro la puerta del coche y sin moverme respiro con profundidad,
su brisa recorre su interior acariciándome.
Cinco minutos después, decido
coger mis pertenencias y bajar de el. Mi primer propósito es correr descalza
por la arena, sentir como mis pies se hunden, como mis dedos se relajan a su
tacto, sentir el agua dándome la bienvenida después de tanto tiempo.
Mi sonrisa es patente, disfruto
la sensación que mi alma siente.
A mitad del recorrido, la pequeña
cabaña de madera me detiene. Las paredes parecen desprender los restos de
palabras olvidadas, esta todo tal y como lo recordaba. No quiero desviar mi atención
de la playa, paso a paso, como a cámara lenta, recorro el pequeño tramo que me
separa de la arena.
La mesa de siempre está vacía, una vaga idea ronda mi cabeza, seguro que no vendrá
y eso me apena. Me sobrepongo a mí penar
respiro profundamente, más tarde pensare en ello.
Solo tres escalones, ya casi siento
la arena, mi corazón palpita de ilusión.
Dos palabras me detienen en seco:
-Hola María.
Se acabó, mi corazón se ha
paralizado, en este momento no se si contestar o simplemente continuar mi
camino, respiro acelerada. Lo miro tras las grandes gafas, está igual que
siempre.
Sus zapatos marrones, de numero
grande, tan limpios como siempre, su pantalón que tan bien le queda es vaquero,
de un azul tejano, el cinturón es marrón con una gran hebilla , su camisa a
cuadros tan bien planchada y ajustada a su robusto cuerpo, el fular a juego con
la chaqueta,. Su sonrisa no está en su cara, ¿no se alegra de verme?
Amablemente, algo normal en un
caballero como él, me invita a volver a la cabaña para poder hablar y tomar un tentempié.
Su mano se desliza por mi cintura
cediéndome el paso. La brisa del mar me impregna de su aroma, es tal y como lo
recordaba, implacable, seductor, sensual.
Sentados uno frente a otro, en la
misma mesa que años atrás fue testigo de una distinta realidad, pedimos dos
infusiones.
Nos miramos sin hablar, solo contemplamos
el paso del tiempo por ambos, estos años han dejado secuelas irremediables.
Es una mezcla confusa, tanto
tiempo deseando que ocurriera y en esto momento, no sé qué decir.
La camarera
nos sirve las infusiones sonriéndonos, da la impresión que aún nos recuerda. Tras
darles las gracias volvemos a quedarnos solos. Una forma de romper el hielo es
preguntar cómo nos va la vida.
La suya ha cambiado mucho más que
la mía, embelesada lo escucho tras mis gafas, sus labios humedecidos me contrarían, esos labios que derretí con deseo
y pasión, su cuello que fue mi devoción, las caricias que le dedique.
Acaba de hablar, creo que ha
notado que no le he dedicado mucha atención, pregunta por mi vida, no hay nada
que destacar, continúa siendo normal. ¿Para qué comentarle todo lo acontecido
en los últimos meses? Puede pensar que fue por él, y aunque fuera verdad, hoy
por hoy me alegra haberlo realizado en
soledad.
Él está nervioso, mi sensación es
que espera reproches que no sucederán, su mano se acerca a la mía, una de mis lágrimas
fugaces se ha deslizado escapándose bajo mis gafas, la suavidad de sus manos,
el calor con el que me consuela, su protección hacia mí siempre estuvo
presente.
Dos horas después, es la hora de
despedirnos, me acompaña al coche,
durante la conversación queda clara, nuestra amistad siempre estará en la lejanía
sabemos que el apoyo que un día nos demostramos, no se acabara.
Sonriendo me acompaña al coche,
los dos nos hemos mantenido a una distancia prudente, para mi él es importante
y a mí me respeta, ha sido mi maestro descubriéndome mil mundos nuevos.
Una pregunta me ronda y no puedo
evitar saber la contestación
-¿existe una persona en tu vida?
Su mano se apoya en mi coche,
presionando mi cuerpo con el suyo,:
-¿Realmente importa?
En sus palabras sé que otra
persona realiza mi sueño y es mi momento para desaparecer depositando solo un
beso en sus labios, esos labios que ….
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