Un juego peligroso.
Terminan las clases, ya he
recuperado una de las dos asignaturas pendientes. Solo me resta un año para
cumplir los dieciocho. Debo estar a la hora convenida para que me recojan, mi
padre termina de trabajar a las dos y me iré con él a casa. Camino por la larga
alameda orgullosa de mi trabajo en los exámenes, en el trayecto algunos chicos
me miran y yo, como buena chica, sonrió al sentirme observada por ellos.
Mi padre me espera impaciente,
llego tarde y él debe volver a trabajar. Percibo una mirada recorriéndome, al
girarme un chico me sonríe ruborizándome, es su primer día de trabajo con mi
padre. Moreno, de unos cuarenta años, alto, musculado, la piel bronceada de los
interminables días al sol, mi respiración se acelera y él lo percibe.
La noche es calurosa, el
deseo que ha despertado ese hombre en mí , ha hecho que mis dedos liberen todo
el deseo contenido durante el día, imaginar sus ojos sobre mí al acariciarme me
estremece. Soy esclava de su mirada y me dedico a complacerle.
El nuevo día empieza con una
ducha bien fría, necesito despejarme. Varias prendas que he cogido están sobre
el lavabo, no sé qué elegir, dudo un momento y una sonrisa aparece en mi cara,
el vestido negro, es corto ajustado, el escote me queda genial insinuando mis
pechos, siempre consideré que eran grandes, y el tiempo me ha dado la razón.
El examen de recuperación no
ha salido como debería, tendría que haber estudiado un poco más anoche, me he
quedado en blanco y he salido antes de la clase. Estoy de mal humor, le diré a
mi padre que me lleve a casa.
Mis pasos disminuyen al
llegar a la fachada que están arreglando, subido sobre el andamio está el chico
de ayer, mucho más atractivo, mi cuerpo tiembla, la respiración se acelera, mis
pechos luchan por salir del vestido por la excitación. ¿Seré capaz de jugar con
él?
Mi padre se ofrece a
llevarme, le respondo que falta poco para la hora, esperaré. Subo al coche, la
mirada del chico me sigue. Sé que le gusto, su pantalón de trabajo lo delata.
Abro la puerta del coche,
podría sentarme en el asiento del copiloto, decido no hacerlo, no vería mi
juego y deseo ver su reacción. Deslizo el respaldo del asiento recostándolo
despacio, lo miro al hacerlo, sus ojos cambian de color, ahora es de un fuego
intenso.
Mi vestido, al recostarme,
se desliza por mis piernas insinuando movimientos fugaces que él atrapa con la
mirada.
El jefe de obra, mi padre,
le habla y él no lo escucha, mi sonrisa sostiene toda su atención y su cuerpo.
Con un gesto, su conversación con mi padre, es fluida y me siento en un segundo
plano. La radio me acompaña, una melodía que me gusta comienza a sonar y yo la
tarareo, desde el andamio el rudo albañil se dirige a mí, - si quieres te
invito a uno de los conciertos que dará aquí cerca-. Mi padre es el primero en
responder, son amigos desde siempre y confía en él.
Decido negar su invitación,
aunque me apetecería mucho. Llega la hora y él se despide de mí con una sonrisa
penetrándome de tal forma que me humedece.
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