Escribir es mi pasión, hacerlo con un escritor con el que te complementas, es todo un placer.
-Buenas tardes, soy María Fernández, tengo una reserva-, dijo la clienta recién llegada al hotel.
-Buenas tardes, espere y busco su reserva señorita-, dijo el recepcionista. El revuelo a principios de Julio era notable en el Hotel Príncipe Felipe, concretamente dentro del complejo La Manga Club, un lugar exquisito al que ella podía acceder dado su trabajo de funcionaria de prisiones.
-Su habitación es la 169, tome su tarjeta para abrir la puerta de la habitación y que tenga buena estancia, gracias-, dijo el mismo empleado del hotel. “Ésta chica me suena de algo”, pensó el recepcionista.
En su habitación, lo primero que hizo fue salir a la terraza y ver el enclave del hotel en el complejo, “esto es maravilloso, lo tengo todo”, pensó. Entre sus planes estaba darse un homenaje en el Spa, comer exquisiteces y sobre todo mucho descanso. Deshace la maleta, coloca la ropa en el armario y sale a beber algo frío. “Lobby Bar, no está mal”, entra y va directa a la barra, pide una caña bien fría. “El recepcionista me suena, no sé de qué”, piensa mientras bebe un sorbo de la bebida de cebada. Mira a la poca gente que hay en el bar, todos están en la piscina o en la playa, pero ella decide descansar, mañana irá a la piscina.
Una ducha, aceite corporal para hidratar la piel femenina. Un masaje templado añadiendo el aceite lentamente, un vestido blanco de lino, melena suelta, un poco de maquillaje, muy sutil..., carmín. Sentada en la cama calza sus pies con una sandalias a juego con su color de piel, blanca pero no lechosa, dorada pero no caoba. El restaurante es amplio, bien ambientado con música suave pero no chill out, la detesta nuestra señorita. Comienza por un aperitivo de salsa de ostras, acompañada con vino blanco, un ribeiro frío. Mastica despacio, muy sensual, es una mujer impúdica y eso los hombres que saben apreciarlo lo notan. Ingiere sin prisas, no la espera nadie, hace mucho tiempo que no disfruta tanto de una cena en silencio y sin premura. Los comensales entran y salen de la estancia, unos la miran y otros no, no le importan en absoluto las miradas, no desea contacto de ningún tipo con nadie, es una mujer liberada y piensa disfrutarlo. El postre, “oh divino postre”, un dulce suave, casi erótico, mango con chocolate blanco. “Tiene un toque de yogurt, creo que es griego”, piensa al tiempo que introduce la cucharilla en su boca, paladea, disfruta el manjar lentamente. Al acabar deja propina en la mesa, y durante la salida del restaurante se siente plena, libre en su vestido en el día de su liberación. “Me apetece una copa”, así que se dirige al piano bar. Pide un mojito y se relaja a escuchar la música de piano, algo de jazz cree escuchar. Ha visto el cartel de prohibido fumar, así que sale a la terraza a beber y fumar un cigarrillo, beber sin fumar no es lo suyo. El cansancio la avisa de que el sueño está llegando, acaba su bebida y va a su habitación, está loca por dormir para recobrar fuerzas. Antes de desvestirse sale a la terraza de su habitación y enciende otro cigarro apoyada en la barandilla. El recepcionista que cree conocerla está bajo su terraza charlando y fumando con alguien que ella no puede ver, las palmeras lo ocultan. “¿De qué conozco a ese chico?”, piensa mientras aspira el humo exhalándolo después. El chico despide a su pareja de conversación y antes de apagar su cigarrillo mira hacia arriba, sorprendiendo a María como lo observa, en la penumbra la distingue como una diosa griega con el vestido blanco. Durante unos segundos no parpadean hasta que la realidad los devuelve a sus particulares mundos. Apagando el pitillo recuerda una promesa que se hizo a si misma, “a partir de hoy haré lo que desee con mi cuerpo”. Pero no sabe que hacer, "el chico no está mal" piensa, pero el cansancio la aborda de nuevo y entra totalmente desnuda en la cama. Entre las sábanas se siente segura y deja que el sueño se adueñe de su cuerpo y su mente.
El nuevo día florece, María recibe una ducha iniciando la nueva jornada de descanso en el Paraíso. En su mente anida el chico-recepcionista, la tiene mosqueada porque no sabe de qué lo conoce, pero lo averiguará. Lo busca en recepción y no lo ve trabajando, “tendrá otro turno”, piensa al tiempo que se dirige a desayunar. La mañana transcurre muy apacible en la piscina, baño, sol y viceversa entre miradas a los chicos y hombres que pasan ante sus ojos, pero el recepcionista no se le va de la cabeza.
“He venido a descansar y olvidar, no tengo tiempo ni ganas de conocer a nadie”, piensa en la tumbona que la soporta bañada por el sol. Una pamela blanca la protege de los rayos directos del sol y un biquini negro es su única vestimenta. Una caña la acompaña, bien fría como le gusta. A lo largo de la mañana la curiosidad la tiene en vilo. Busca su móvil de última generación con conexión a internet y abre la única red social que frecuenta decidida a encontrar al misterioso chico. Busca, busca entre sus contactos…
-Ajá…, aquí estás…, Pedro Martínez te llamas. No estás nada mal-, murmura en voz baja. Continúa el baño de sol y agua en la piscina. El mediodía deja que el astro rey esté en su cenit y decide ducharse para comer algo diferente a su menú habitual. Su mente, o su liberación la hacen ataviar su cuerpo sinuoso con un pantalón corto negro y una camiseta blanca de los Stones que compró en su último viaje a Londres en Semana Santa; recoge su cabello en una cola de caballo, casi sin maquillar entra al restaurante hambrienta de ingerir alimentos o simplemente algún plato nuevo. -Que buena está la cerveza-, comenta para si mientras espera su menú. Primero un aperitivo a base de almejas con una salsa de piñones y pimienta. De primero pide ensalada y de segundo caldero, ese arroz de sabor fuerte hecho con caldo de pescado de roca embadurnado con ajo murciano, todo un manjar para una mujer de gustos fuertes. Disfruta de la comida como hace tiempo que no lo hacía. No pide postre porque ha pensado en tomarlo fuera, en la piscina.
El helado de la marca equis, chocolate con almendras que tanto le gusta, lo degusta en la tumbona que casi lleva su nombre al típico resol murciano. La tarde pasa y el tedio se adueña de María. “Ya está bien de tanto sol, voy a ver si está Pedro”. Entra en el vestíbulo pensando eso mismo con su biquini negro y un pareo a juego atado a la cintura. Y allí está el chico, moreno, alto de facciones suaves pero varoniles. El mismo chico con el que ha “hablado” tanto en la red social y casi no ha podido identificar. Espera a que los clientes sean atendidos para entablar conversación con él, -si no actuaba mientras charlaban en internet, es bastante agradable y sincero-. Ahora que está solo aprovecha, se acerca con parsimonia, recreándose en su propio andar.
-Hola Pedro, ¿sabes quién soy?-, le pregunta mientras él está enfrascado en su labor.
-Hola, reconozco que me suenas, pero no caigo ahora-. La decepción la aborda por momentos, pero sigue adelante, justo antes de seguir hablando…
-Claro, eres María. No te había reconocido y que casualidad que te alojes aquí-. Por fin “ha caído” el incauto chico moreno.
-Bien, muy a gusto aquí. Me preguntaba si podríamos tomar esa copa que tenemos pendiente tanto tiempo-.
-Claro, esta noche libro. Si quieres podemos quedar en La Manga, aquí no, me conoce todo el mundo. Te digo la hora por La Red-.
-Hasta la noche Pedro. Chao-. Se despide con aires victoriosos. Tiene poco tiempo, toma una ducha sensual, suave, templada, se recrea depilando sus piernas y partes íntimas. Lava su cabello rubio, lo deja secar al aire mientras lee en la terraza Pídeme lo que quieras con un cigarro entre los dedos. Tras una cuantas páginas revisa la Red en su móvil y ahí está el mensaje de Pedro. A las diez la espera en el Zoco de La Manga. Le quedan dos horas para vestirse y cenar, no tiene prisa pero tampoco debe dormirse en los laureles.
A la hora de la cena perfuma su cuello con una colonia fresca, discreta como ella misma. Una cena ligera, unos espárragos trigueros con mayonesa y salmón a la plancha acompañados con tónica, ya que tiene que conducir no desea beber.
Subida a su coche tarda diez minutos en llegar al lugar, más otros diez en aparcar. Consigue llegar al Zoco y allí está él, Pedro la espera sentado en un banco del Bulevar rodeado de locales de copas. Siempre le había parecido atractivo al mirar sus imágenes a través de la Red, pero esta noche al mirarlo, recuerda algunas de las conversaciones mantenidas y muerde su labio al sonreír.
Tras saludarse con besos en las mejillas entran a un local a tomar algo frío, la noche es calurosa. Charlan, ríen tímidamente, la tensión se nota entre ellos, siempre se han comunicado a través de La Red.
Momentos después, María se da cuenta de la mirada de Pedro, sus ojos recorren sus labios y su escote, al percatarse que ella lo observa le dice sin más: -compruebo que es verdad todo lo que describías sobre ti-. Ante esta afirmación María arquea la ceja derecha en busca de una aclaración, Pedro sonríe fijando sus ojos claros en las manos de su acompañante sin atender a la petición gestual femenina.
Ella ríe sensual, pícara, siempre le había dicho que no se consideraba guapa, más bien atractiva, y así era, sus labios son carnosos e incitan a ser besados, su sonrisa es casi permanente, nerviosa, su escote es tal y como ella le había detallado milímetro a milímetro en las conversaciones picantes de La Red, porque las hubo, decir otra cosa sería falso. Durante la estancia en el local las cervezas, una para cada uno son ingeridas con lentitud, parece que ninguno desea que se acabe su respectiva bebida, las miradas acentúan la animada conversación conocedora de chateos anteriores, ahora cara a cara. Ninguno atisba timidez, pero la hay, los dos sienten pequeños escalofríos, incluso frío, y hace calor, mucho calor. Miradas a las manos por parte de él, miradas a los ojos azules y labios por parte de ella dejan que los ánimos se relajen y pasen a disfrutar de la compañía mutua. María no desea conocer a nadie durante sus vacaciones, está disfrutando de su ansiada libertad, pero..., Pedro no es un desconocido, es un conocido de La Red, pues tiene ventaja charlar en la distancia.
Deciden salir del local, Pedro es todo un caballero abriendo la puerta para facilitar el paso de ella, el aroma del mar los envuelve, pasean sin prisas, entre risas y palabras sus manos se van acercando.
-Vamos a cenar a una terraza aquí cerca, ¿te apetece?-, pregunta Pedro con seguridad. María acepta en silencio observándolo y disfrutando del atractivo masculino. En la susodicha terraza refrescan los gaznates con otra cerveza, pero esta vez una jarra bien fría, pero antes, el hombre separa la silla para que la fémina se siente sin problemas, -la caballerosidad no riñe con la modernidad-, le comenta él entre risas. La brisa del mediterráneo los refresca, los prepara para las tapas, marineras, caballitos, matrimonios, tigres, ensalada murciana, montaditos, una cena “ligera” bien acompañada del líquido rubio. El coqueteo inofensivo, lujurioso sin pretensiones deja a los dos en una posición sensible cuando sus cerebros generan endorfinas de placer al comer y beber desinhibiendo sus cuerpos hacia un flirteo más intenso, poco a poco se deshacen de formalismos para conocerse mejor entre preguntas “inofensivas” para saber más el uno del otro, pero en su justa medida. Pedro ofrece a María un bocado de su marinera, ella, lo acepta y muerde la rosquilla cayéndole un poco de ensaladilla rusa dentro del escote, enrojece de pudor, pero él, ríe y la mira con deseo. Así transcurre la velada; al rato “huyen” del bar para pasear y seguir danzando.
Sin pensarlo, María quita uno de sus zapatos siendo seguida por Pedro, lo mira que a estas alturas la mira sorprendido, descalza se acerca a el dándole un beso fugaz en los labios, para después echar a correr hacia el mar riendo encantada.
Las olas se acercan y alejan de sus pies, ella encantada respira la brisa marina, nació cerca del mar y siempre ha necesitado estar cerca. Él se acerca a la fémina con paso seductor, ella lo mira riendo y recibe los labios masculinos en sumisión total al deseo de gozar del postre con el mar a sus pies, una escena soñada. Su cuerpo está abierto y así recibe la lengua en su gruta del deseo, como una yegua desbocada coge el mando despojándolo rabiosa de la camisa que cubre el torso masculino, adivina el abdomen marcado recorriendo con las yemas de sus dedos todo el torso apretando los pectorales...
-Ven, acompáñame-, pide María a su amante llevándolo al mar planchado.
Despojados de los ropajes en el agua tibia de la medianoche retozan entre besos y caricias íntimas, ella, asida a el por las piernas, lo rodea buscando la potencia masculina con las manos, él hace lo mismo, erguido para entrar con facilidad; una vez adentrado en la intimidad de María, embiste una, dos, tres, infinitas las veces que su verga retoza en el deseo femenino palpando la zona con ternura y fuerza a la vez. Besos, lenguas bailando al mismo son, al compás del goce y la lujuria exagerada por el movimiento del agua entre jadeos, mordidas y pedidas de más...
Allí, entre movimientos salvajes y agarradas de nalgas por las masculinas manos, el dios Dioniso los observa con una copa de vino en la diestra al son de la orgía de abrazos, embestidas, roce, besos y ahora..., lo inevitable acaba de llegar en espasmos dentro de ella para salir y llenar el mar de esencia masculina. Más besos entre la intensidad amatoria de ambos da paso a un baño relajado esperando el siguiente capítulo de locura in contenida.
Un relato perpetrado por Enmanuelle L y Pedro Molina.
Jueves, tres de Octubre de dos mil trece.
Que vivencia tan mas grata y la invitación s vivirlo con la anfitriona haces que se viva en cuerpo y alma es una escritura donde la imaginación penetra en lo mas intimo de ti y tus pensamientos gracias amiga fabulosa escritura vivencia y sobre todo compartir lo mejor de ti hasta ahora tuve la oportunidad de leerte un poco mas muchas felicidades por este rincón de ti misma donde plasmas toda tu intimidad y haces soñar y ver mas haya de tu alma y tu ser mis mas cordiales saludos amiga Enmanuelle
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