Las doce menos cuarto de la noche, la puerta del recinto
hospitalario cerrara a las doce en punto.
Tras dejar a mi padre acomodado, decido bajar a fumar el último pitillo del
día, con ropa cómoda y mis zapatillas, bajo los escalones de las dos plantas. A
mi alrededor todo en silencio, las
auxiliares han terminado su turno, el vigilante me mira con cara de
asombro, con una sonrisa le doy las
buenas noches.
Las puertas se abren al notar mi presencia, el gran jardín
de la entrada me recibe adormilado,
acaba de entrar la primavera y el ambiente aun es algo frió. A ambos lados del jardín,
dos farolas alumbran la entrada del recinto.
He olvidado mi reloj en la
habitación, no sabré que hora es y eso me incomoda.
Un chico me observa, decido preguntarle la hora, dándomela
amablemente. Su acento le delata, es extranjero. Unos pasos más y enciendo mi
pitillo. Un grupo de personas discuten frente a mí, me detengo observando lo
agitada de su conversación y el tema requerido. Dos de los chicos me miran e
intento disimular sin conseguirlo.
Me siento incomoda, miro al chico solitario, me da más
confianza y poco a poco me acerco a él.
Los dos entablamos conversación
instintivamente, pasamos los minutos entre risas y confesiones.
El grupo de personas se acerca a nosotros, sonreímos a su
paso, tras ellos, un grupo de sanitarios le siguen a su paso al centro
sanitario. Es hora de entrar, antes de que las puertas se cierres hasta la
mañana siguiente.
Me acompaña al ascensor, su acento argentino, sus grandes
ojos y su sonrisa, aceleran mi respiración. El silencio es ensordecedor, ambos
acedemos al pequeño habitáculo, su proximidad recorre mi cuerpo. Mi planta la segunda, la de él la sexta, el
ascensor juega a su antojo, descendemos al subsuelo, su mirada acompañada de
una sonrisa varonil, hace que dude de mi misma.
Acercándose a mí vuelve a presionar la planta número dos, su respiración es más
cercana.
La puerta del ascensor se abre al fin liberándome del galante
desconocido. Mi padre duerme plácidamente, me acomodo en un incómodo sillón
preparándome para que las horas pasen lo antes posible.
Las tres de la mañana, desesperada al no poder dormir,
decido bajar a respirar un poco de aire nuevo y fumar un pitillo. La única
salida aceptable es por urgencias y hacia allí me dirijo, veinte minutos
después encuentro la salida, tantos pasillos enrevesados casi me desesperan.
Observo la gran ciudad en la oscuridad de la noche, quince
minutos después me doy cuenta que he
perdido mi encendedor, una voz familiar me ofrece encender mi cigarrillo,
acepto encantada, me trasmite tranquilidad y la acepto.
Decidimos volver a nuestras habitaciones, la noche refresca
y mi piel se eriza ¿es el frio o es su cercanía?
Acedemos por la entrada de urgencias, intentamos descifrar
el laberinto de pasillos hasta llegar al ascensor, una de las puertas que se
interponen a nuestro paso se dirige directamente donde los cuerpos sin vida
descansan. Mi impresión es muy fuerte, mi reacción es acabar en sus brazos. Sus
fuertes brazos me dan cobijo, su sonrisa me devuelve a la realidad junto a sus
palabras.
Avergonzada separo mi cuerpo del suyo.
Continuamos andando por los pasillos con paso más
relajado, su mano coge la mía
excusándose en mi reacción. Por fin el ascensor, entramos en el, presiono el
acceso a mi planta, él, hace lo propio.
Acercándose a mí me pregunta si ya me encuentro más cómoda,
mis ojos observan sus labios, se acerca más, apoyándose en la pared del
ascensor, presiona mi cuerpo contra el suyo. Sus labios acarician mi frente, el temblor que
me recorre es evidente e intento evadir su cercanía.
Tranquila- sus labios susurran antes de acallar algún intento de replica, su
fogosidad me excita sin pretenderlo, su mano comienza a subir por mi pierna
acariciándome con delicadeza y deseo a la vez.
Sonríe al notar mis pechos erectos rozar su cuerpo, ha conseguido que
siga su juego, un juego que en este momento deseo.
Sin pensarlo para el ascensor en la entrada del hospital,
los besos y caricias suben de intensidad, sus manos se deslizan dejando mis
pechos a su merced, los besa y muerde con ansiedad desatando en mí, mi deseo
más incontrolado.
Los sillones de la entrada nos acogen, apoyándome en uno de
ellos, accede bajo mi pantalón, mi humedad le hace sonreír, aplaca el gemido
que me provoca con su boca. Deseo disfrutar y curvo mi cuerpo ofreciéndome a
él. Sin más, la acometida de su pene me invade, el ritmo
acrecienta por momentos, mi cuerpo es una explosión de sensaciones placenteras.
Siento sus dientes sobre mi cuello, sus manos apretando mis
nalgas contra él, su grueso pene se apodera de mi voluntad. Con un ligero
movimiento, ahora soy yo la que sobre él,
busca mi placer, sus manos pellizcan mis pezones endurecidos
mordiéndolos después.
¿Siento dolor? ¿Placer? Mi respiración acelerada, provoca que él
agilice mis movimientos, cierro mis ojos disfrutando del enorme calor que
recorre mi cuerpo, dejo caer mis manos sobre su pecho arañando su piel, exige
que lo mire desatando en ambos el tan esperado orgasmo.
Las diez de la mañana, tras recoger mis cosas salgo por la
puerta del centro hospitalario, el guardia de seguridad me despide con una
pícara sonrisa.
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