Conduzco mi coche sin rumbo, la autovía
se encuentra solitaria, mi mente en blanco solo desea conducir.
Kilómetros y kilómetros sin parar, la velocidad
crece, lo sé, lo veo, pero no puedo parar.
El resplandor de la una ciudad
lejana, me devuelve a la realidad, reconozco el paisaje, la gran noria me
saluda a mi paso, mi pie deja de acelerar,
recuerdos lejanos pasan por mi mente, la luz del intermitente se ilumina, casi
instintivamente decido salir de la autovía, sin saber aún donde voy.
Calles desiertas, iluminadas por
farolas parecen señalar mi camino. Un giro a la derecha, otro a la izquierda,
un semáforo, conduzco sin rumbo cuando mi respiración se acelera, reconozco el
paisaje.
Un último giro a la izquierda,
las estrechas calles dejan paso a un solo aparcamiento donde detengo el motor
de mi coche. Un escalofrió recorre mi espalda, la sensación recorre mi cuello,
mi piel erizada me impulsa a una de las puertas de los adosados.
Frente a ella sin llamar, me
repito una y otra vez que debería marcharme, inconscientemente, mi mano se
desliza por el pulsador del timbre. Siento deseos de huir, correr, desaparecer,
pero mis pies están petrificados.
La luz de la segunda planta se
ilumina, el sonido de unos pasos bajan la escalera, es mi oportunidad para
desaparecer, mi mente lo sabe pero mi cuerpo lo ignora.
La llave gira, el pomo de la
puerta entrevé un rayo de luz sobre mí. Sus ojos, esos ojos intensos,
sorprendidos, mudos mirándome. Dejo que mi instinto me guié acercándome a él,
mi mano acaricia su mejilla, observo como mis dedos recorren su piel, el calor
de su cuerpo me abrasa deslizando mis dedos sobre sus labios, cuanto tiempo he
deseado acariciar sus labios.
Lo deseo, lo deseo demasiado, me acerco
a él con temor, mis labios desean besarle y lo hago, lo beso con mimo dejando mi
alma sumergida, lo deseo con desesperación, saciando un beso deseado sin saber
si es mutuo.
Disfruto cada uno de los
segundos. Su mano recorre con seguridad
mi cintura acercándome a él, haciendo que crezca mi deseo. La puerta se
cierra, nuestros pasos ciegos se dirigen hacia el salón, me desnuda a cada
paso, mi boca recorre su cuello, gemidos ahogados comienzan a surgir en ambos.
Frente al sofá, desnudo su cuerpo
ya excitado, sonreímos, los dos sabemos y deseamos lo que lo que va a ocurrir.
Le invito a sentarse, mi mirada
se ha vuelto pícara, juguetona y decidida recorriendo con mis manos su pecho, deslizándolas
por su cintura, beso su torso tras ellas, dejándome caer arrodillada frente a él. Le dedico cada uno de mis deseos, su pene
erecto busca el calor de mi boca, dejo que sus impulsos salvajes de apoderen de
mí.
Cinco minutos después, sus manos
recorrer mis hombros invitándome a refugiarme en su cuerpo, ahora es él quien sonríe
dejando su cuerpo a mi merced. Sin dudarlo me deslizo dejando que mi sexo acoja
su gran pene, mi respiración entrecortada al deslizar mi cuerpo sobre él, derritiéndome
por momentos, su lengua acaricia mis pechos dejando paso a su boca, encargada
de morder mis pezones arrancando gemidos desesperados, sus manos empotrando y
saciando mi ser.
La locura se apodera de mí abalanzándome
sobre su cuello, lo muerdo, lo deseo, siento sus manos apresuradas recorriéndome,
marcando el ritmo incesante de vaivenes lujuriosos.
El calor tan deseado comienza a
invadir cada uno de mis poros, deseo dejarme llevar entre sus brazos, los
mismos que detienen el frenético desenfreno.
-Te deseo- sus ojos encendidos me
abrasan ante las únicas palabras que toman forma en toda la noche, su mano
atrae mi cuello, su boca a dos centímetros de la mía me excita al oír sus palabras.
Ambos sucumbimos al estallido de nuestros cuerpos.
Abro la puerta tras observar mi pasión
prohibida descansar desnudo sobre el sofá.
El amanecer me acompaña hasta mi
coche, es el comienzo de un nuevo día del resto de mi vida.
Enmanuell L 19 de agosto de 2014
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