Estar cerca de él me provoca una intensa excitación, me sucede
desde la primera mirada en el supermercado, las miradas se han ido acompañando
de sonrisas, de encuentros provocados en pasillos abarrotados, dando lugar al roce
de nuestras manos.
Hoy, como cada día lo he visto, algo nervioso, su sonrisa me
resulta algo más traviesa, su mirada fijada en la mía guía mis pasos tras él.
Directo sin tabúes, su pregunta es clara:
-¿Qué me haces?- me pregunta acercándose a mi sin que lo
espere- ¿Por qué no me dejas dormir, por qué no te vas de mi cabeza? –sus manos
se precipitan sobre mi espalda con la intención de acercarme a él.
-Aparta, sabes perfectamente que no te he hecho nada- le contesto.
- Y tú…
-¿Yo qué?- Su mirada me seduce.
-Aunque no lo reconozcas te gusta el riesgo, por mucho que
lo niegues también sabes que te gusta la intensidad con la que mi mirada
recorre tus labios, disfrutas cada momento. Tus ojos hablan por ti, se derriten
y no mienten, tu piel se eriza con mi cercanía, el misterio de tu cuerpo como
si fuera la primera vez que nos cruzamos. Y tú, tú sabes perfectamente lo que
te hago sentir ¿O me vas a decir que no te vuelvo loca cada vez que te miro? – está
muy cerca de mis labios, con un movimiento muy rápido, consigue rozarlos
levemente esperando mi respuesta.
-Aparta- le repito, pero esta vez lo suplico- Por favor…
-De acuerdo – accede sin ganas- pero quiero despedirme, ya sabes, un beso al
menos.
Ardiente, no he podido resistirme acercándome a su boca, dándole
el beso más apasionado que jamás he dado a nadie.
Este hombre de metro noventa, de pelo y ojos castaños, se está
convirtiendo en mi perdición, yo, la chica rebelde que comienza a disfrutar su
libertad.
Es por él, por quién pierdo la razón en mis noches al
pensar en volver a besarle.
Ha despertado de nuevo en mi fantasías aletargadas
en la penumbra de mi dormitorio, su mirada guía mis manos por mi cuerpo, en aquel
momento me habría arrancado toda la ropa y me hubiera lanzado sobre el para
abrazarlo, besarlo y gozarlo.
Con movimientos sinuosos, debajo de la sábana mis dedos juegan
con los rizos de mi vello, poco a poco, he abierto paso hasta mi sexo, mis
dedos lubricados suben y bajan desapareciendo entre espontáneas convulsiones y gemidos.
Complaciente, mi cuerpo como un volcán en erupción, emana el placer que me
produce su recuerdo.
Mañana de nuevo, volveré al supermercado.
Enmanuell L 15 de Abril de 2016