Un día tan estresante no podía tener otro final. El calor
era sofocante, las montañas se cubrían de una espesa neblina provocada por
vientos africanos.
La idea de quedar con aquel chico, rondaba su mente de forma
persistente y los acontecimientos la invitaban a dar el paso.
Junto a su mesa, una pareja llamo su atención, sus miradas cómplices
compartiendo un helado, la hizo sonreír ¿y por qué no?
Tomo el último trago de su
cerveza y decidida, acabo cada una de las tareas pendientes. Treinta y
ocho grados la recibieron al entrar en su automóvil, le esperaba un largo
recorrido, ciento cincuenta kilómetros de música ensordecedora, le prohibían
dar marcha atrás.
El hotel era inmenso, un rascacielos de cristaleras, al
fondo de la avenida, el mar atrapó su mirada, el suave sonido de las olas la
reconforto teniendo solo un deseo, dejarse acariciar por esa sensación.
Un susurro la sobresaltó de forma inesperada, el chico con
el que se había citado, realmente era un desconocido.
Sentía la necesidad de vivir experiencias nuevas y por
primera vez en su vida había caído en la tentación de contratar un chico de
compañía.
Era un poco menor que ella, su sonrisa era su mejor
presentación, sus ojos azabache desprendían serenidad e incitaban a tener una
tarde-noche diferente.
El filing entre ambos fue inmediato, comenzaron a conocerse
de forma natural, en un chiringuito cercano, una cerveza bien fría en un día
tan caluroso, dio paso a la cena.
Se dirigieron al hotel, ella, tan natural, con un vestido
veraniego y sin más maquillaje que su sonrisa, admiraba las increíbles vistas desde el balcón de la habitación.
Él, tan perfeccionista y meticuloso se acicalaba, no sin
antes amenizar el ambiente con una insinuante melodía.
Una vez preparados, recorrieron el largo pasillo que los conducían
al ascensor, la parada en cada planta, añadía
un nuevo miembro al habitáculo, cada una de las personas que se integraban, dirigían
su mirada hacia la inusual pareja, que ante la situación sonreían……