Hace tiempo soñé, que los sueños no se hacen realidad, pase
muchos años sumida en una cruda realidad. Ahora lo llamamos adolescencia, la
verdad, yo nunca tuve tiempo de pararme a pensar. El trabajo era duro y diario
y aun así, sabia ver en las personas, la belleza con la que me solía tropezar.
Cada año era diferente, quizás comencé muy pronto a
trabajar, a dejar las muñecas de trapo que yo me solía fabricar, por
herramientas de trabajo que me tenían que explicar, he reído mucho, he pasado
frió, he llorado de tristeza y alegría al conseguir superar los retos que la
vida me hacía pasar.
He tenido la suerte de conocer a tres bisabuelas, a tener
cerca cuatro abuelos, que en su momento
no supe aprovechar. Unos padres jóvenes que sin cumplir cuarenta años, veían
como sus hijas se querían casar.
No lo neguemos, ellos siempre tienen ese don especial, de
ver con una simple mirada, si la persona que se los lleva, los van a saber
valorar.
Ahora son niños, antes era una forma que la vida te ofrecía
para cambiar.
Miro las fotos, que
en aquellos años conseguí capturar, tener la suerte de tener cinco hermanos con
los que poderme pelearme. Correr, gritar, reír, llorar, algún chichón de más,
que uno de ellos sabia como hacerme aflorar.
He crecido viendo a dos niños, jugando a ser papas, haciendo
lo mejor que creían en cada momento y lugar. Dos niños que nos supieron
inculcar, que la felicidad no tiene nada que ver, ni con el dinero ni con el
bienestar.
Mi hermana mayor, una segunda madre forzada a madurar, éramos
muchos y había que trabajar, menudo día cuando no me quiso devolver, el
guantazo que yo me atreví a dar, sabia la puñetera que así me dolía más, hoy lo
recuerdo y cada vez me arrepiento más.
El segundo, pero no hay quien le quite su lugar, sereno,
parece frió, en su alma la lucha continua, la gracia que desprendía siempre con
su verdad, el que más pedradas ha conseguido, que consiguieran su final.
El nervio del que me sigue, con esa cara angelical, con la
astucia de un chacal, ahora lo admiro, un gran padre, hermano, marido, hijo, es
algo que no puede evitar.
Mi gemelo uff cuanto me hacía falta en este mundo con sus
rizos rubio, parecían olas de mar. Su sonrisa lo delataba, aunque parecía un
juez del más alto tribunal.
Mi pequeña ¿quién la iba a esperar? Capricho de la casa, tierna, llorona,
caprichosa, algunas veces nos hacía dudar si quererla o simplemente echarnos a
llorar.
No se aprecia en ese momento lo que se tiene en realidad, una familia unida a la que
costaba mucho poder alimentar.
Ahora recuerdo esos momentos, quizás ser madre, hace que los
aprecie más.
Tengo clara una cosa, no puedo ni quiero vivir, sin ese
cachito que cada uno me regala aún a mi edad.
Una vez soñé, que la familia resistiría el martirio que esta
nos da, ahora sé que no es verdad, se van
seres queridos sin anunciar el vacío
que dejara su lugar, ni el tiempo, ni el momento, ni las discusiones, ni el
sufrimiento, ni los secretos que cada alma oculta en lo más recóndito de su
humanidad, nada de eso puede evitar, que me sienta tan orgullosa de mis
hermanos, que las palabras solo saben brotar.
He soñado que mi madre se merece, ver mi sueño echo realidad, mis letras impresas en un libro, que sé que ella guardara.
Os quiero mucho, pandilla, soy demasiado guasona para que
parezca que lo digo en realidad.
Quiero soñar, que ni el tiempo, ni los postizos, ni la cruda
realidad, cambien que queramos ser una familia `para toda la eternidad.
Enmanuell L